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martes, 24 de febrero de 2015

Ave María....tras el sol.

Febrero, tiempo invernal. No apetece salir de casa. El sirimiri pelea con las purnias de nieve que revolotean desafiantes jugando a ver quien es más.....

Viendo el agua y la nieve que se posan en los cristales, me siento cómodo al calor del hogar.
En ratos así me gusta saber que afuera hace mal tiempo mientras disfruto de las comodidades de la casa.
Esta tarde invernal, esa lluvia mansa y esos copos volanderos me incitan a sentarme junto al radiador a leer un rato.

Casi sin darme cuenta tomo de la estantería "El Romancero del Campo" de nuestro paisano Gaudencio Remón.
Y mi atención se fija en un corto romance observando cuán bien refleja lo que es un atardecer invernal.. el colorido de un sol de invierno que nace tarde y debe ponerse temprano...

Gaudencio me hace recordar aquellas tiempos de nuestra niñez en que vimos a nuestros padres haciendo las labores del campo -sudor, laya y azada, yunta y arado, hoz y trillo, machos y mulas-

La labor de aparejar las caballerías (cargarlas, enjaezarlas) para ir al campo o para volver del tajo.... el tener que pasar la noche en el corral lejos del pueblo...

Y el vestir de nuestros padres en pleno invierno.. con esos amplios rebocillos o tapabocas, tan útiles y mucho más grandes, mucho más enormes que las actuales bufandas...

Os dejo con Gaudencio. Leed despacio lo que dice y cómo lo dice..... Saboreándolo. Reviviendo lo que se lee en vuestra imaginación. Recordando aquel Ujué de los años 50 que puede ser cualquier otro pueblo en aquellos mismos tiempos...


Ave María....tras el sol.

Cuando pardea la tarde
sobre tonos rojinegros
y el crepúsculo se pierde
atropellando romeros,
agoniza entre chaparros
la poca luz de invierno.

El sol de los zorros llora,
se va retirando lento,
parece que se resiste,
que no está a punto de cielo,
que no quiere morir joven,
que quiere durar más tiempo.
Y se empeña, remolón,
igual que un niño pequeño
al que sorprende la noche
ensimismado en sus juegos

Es la hora de aparejar,
de que retorne el yuntero
con su yunta y sus fatigas
al corral del caracierzo.

Cayó el día, murió el sol,
y allá en medio del barbecho
queda un aladro aburrido
de acuchillar el terreno.

Al hombro carga la alforja,
el tapabocas al cuello,
sube silbando la cuesta
con un rumor de aparejos
cuando oye las campanadas
que le lleva el viento negro
desde el alto campanario
que multiplica los ecos.

Son las campanas que llaman                                  
al rosario a los del pueblo,
vuelve el hombre la cabeza,
junta ramal y ginebro,
toma la boina en sus manos
y mirando fijo al cielo
desgrana una avemaría
por la gracia del tempero.
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Gaudencio Remón Berrade                
El Romancero del Campo. Año 2001.
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